La turba imbécil que clama narcocorridos, destruye la Feria del Caballo

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En un México ensangrentado, donde la violencia del narcotráfico cobra vidas y desgarra comunidades, hay quienes, en un acto de ceguera y necedad, insisten en glorificar la barbarie a través de los narcocorridos. La Feria del Caballo en Texcoco, un evento que debería ser un escaparate para las familias mexiquenses, se vio mancillada anoche por una turba que, en su obsesión por estas «canciones», desató el caos. A pesar del llamado hecho por la presidenta para erradicar esta apología del crimen, que alimenta la violencia y envenena el alma de la nación, la masa imbécil persiste, como si la sangre derramada no fuera suficiente advertencia.

Anoche, la Feria del Caballo se convirtió en un campo de batalla cuando el «cantante» Luis R. Conriquez, acatando el llamado de las autoridades, anunció que no interpretaría narcocorridos. La respuesta fue una explosión de violencia: el público, enfurecido, lanzó botellas de cerveza, destrozó instrumentos musicales y equipo de sonido, y provocó conatos de enfrentamiento que obligaron a un operativo de desalojo.

Este espectáculo violento de gente que quiere más ruidos violentos, no solo arruinó una noche de celebración, sino que evidenció la desconexión de quienes prefieren ensalzar la delincuencia antes que respetar un espacio cultural. Los destrozos, que dejaron el palenque en ruinas, son un retrato de la degradación que estas canciones promueven.

Los narcocorridos no son solo un síntoma de la decadencia cultural, sino una aberración musical que insulta la riqueza sonora de México; estos engendros, son un pastiche de acordes burdos, letras ramplonas y una estética que exalta la vulgaridad. No hay arte en cantar las hazañas de un sicario ni poesía en narrar traiciones y balaceras. Es un subgénero que no solo carece de mérito musical, sino que se regodea en la miseria humana, convirtiendo a asesinos en ídolos y al sufrimiento en espectáculo.

A pesar de que hay quienes están elogiando que Luis R. Conriquez haya anunciado previamente que no cantaría narcocorridos, tampoco se puede olvidar que tanto él, como muchos otros «cantantes» de este subgénero, han amasado fortunas y fama, no solo precisamente mediante la promoción y exaltación del narcotráfico, sino que muchos de ellos también han venido lavando dinero del narco, como está siendo demostrado de forma cada vez más frecuente; por tal motivo, el único reconocimiento hacia esta gente, debería llegar cuando pongan fin a sus deplorables carreras «musicales», coludidas con el crimen organizado.

La Feria del Caballo, con sus raíces en la celebración del campo mexicano y la nobleza de sus tradiciones, no merece ser escenario de estos actos. Quienes claman por narcocorridos no solo deshonran el evento, sino que escupen en la cara de las víctimas del narco, de las familias destrozadas por la violencia y los miles de desaparecidos, en un país que lucha por sanar. Es una traición a la memoria colectiva, un abrazo a la barbarie disfrazada de “cultura popular”. La música, que debería ser un refugio del espíritu, se convierte en un megáfono de la muerte.

El llamado de la presidenta, y que en el caso del Estado de México fue secundado también por la gobernadora y el teniente coronel encargado de la seguridad, tiene sentido, los narcocorridos no tienen lugar en una nación que aspira a la paz. Los destrozos de anoche en Texcoco no son un incidente aislado, sino una advertencia de lo que sucede cuando se permite que la apología del crimen de este excremento sonoro se normalice.


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