VERDADES MENTIROSAS… Un Síndrome Americano

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“El hombre es la criatura condenada a

 sufrir mucho más que cualquier otra

 criatura, condenada por siempre a la

 encrucijada de su indeterminación”

EMIL CIORAN

La meta/genealogía estadounidense conduce un gen con el que nace la ciudadanía, un gen adictivo transmitido por generaciones, el “génos de los opiáceos”; desde aquella generación que hizo la independencia, con los Padres fundadores a la cabeza, entre los cuales destaca como el más conspicuo consumidor Benjamín Franklin.

La nación más poderosa del mundo posee una pulsión de muerte y al revés de  Emil Cioran, carecen de la tentación de existir, poseen genéticamente hablando la “tentación de inexistir”; padecen desde el nacimiento el síndrome de la ”fuga al vacío”.

Puede afirmarse que Estados Unidos fue fecundado por el opio, fundando una nación siempre en fuga de sí misma; el opio fue la medicina milagrosa durante la guerra de Independencia, usada en el frente, tanto continental como británico, la guerra que sucedió entre 1775 y 1783,  8 largos años, hizo que la “gran medicina”  se extendiera  por la nación entera, cuando se firmó su independencia, Estados Unidos ya era una sociedad enferma.

Casi 80 años después, con el surgimiento de la guerra civil, la adicción se extendió escandalosamente, por ejemplo, el Ejército de la Unión suministró casi 10 millones de pastillas de opio a sus soldados, además de 2,8 millones de onzas de polvos y tinturas de opio. Un número desconocido de soldados regresó a casa adictos o con heridas de guerra que el opio alivió.

Fue la época en que hizo su aparición en el país de las barras y las estrellas, la jeringa hipodérmica, introducida en Estados Unidos en 1856 y ampliamente utilizada para administrar morfina en la década de 1870, desempeñó un papel aún más importante; dice David T. Courtwright en Dark Paradise, obra maestra sobre las venas opacio/fílicas de los estadounidenses: “Aunque podía curar poco, podía aliviar cualquier cosa”

Para 1895, la morfina y el opio en polvo, como el OxyContin y otros opioides que se recetan a manos llenas en la actualidad, habían provocado una epidemia de adicción que afectaba aproximadamente a 1 de cada 200 estadounidenses. Antes de 1900, la típica adicta a opiáceos en Estados Unidos era una mujer blanca de clase alta o media; ahora ha penetrado ya en todas las clases sociales.

Caroline jean Acker en su libro “Creando al Yonqui estadounidense” da un testimonio contundente: “Los opiáceos representaban el 15 % de todas las recetas dispensadas en Boston en 1888, los médicos los recetaban para una amplia gama de indicaciones, y los farmacéuticos los vendían a personas que se auto medicaban para sus molestias físicas y mentales”.

Los médicos recurrieron a la morfina para aliviar los cólicos menstruales, las enfermedades de origen nervioso e incluso las náuseas matutinas de muchas pacientes. El consumo excesivo de morfina condujo a la adicción. A finales del siglo XIX, las mujeres representaban más del 60 % de los adictos al opio.

Cíclicamente surgen nuevos opioides o síntesis de los ya conocidos como es el caso del actual “fentanilo” y su éxito literalmente devastador entre la sociedad consumidora del país de las “libertades”. Es como si viviesen en una permanente “fiesta del éter”.

La ciudadanía del narco/capitalismo, despojada de toda fe y en plena fase nihilista, se ajusta perfectamente a la definición de Emil Cioran: “Cada ser es un himno destruido”; ahí sí que “la mentira es una forma del talento”.

No es el fentanilo en sí, no son tampoco los migrantes, ni siquiera son las organizaciones criminales, es la historia que lo hereda todo, es el vacío de la sociedad estulta del consumo, es la renuncia a todo sueño colectivo y es el miedo de una sociedad a todo lo que nos rodea, es la decadencia ontológica que determina su naturaleza huidiza.

Nadie puede nada contra el “gen”.


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