“¿Quién inventó el MAMBO?: un chaparrito con cara de foca”.
BENY MORÉ
Gerardo Lara
El 11 de diciembre de 1916 vio la primera luz Dámaso Pérez Prado, en Matanzas (la Atenas cubana), era el punto de partida de una de las leyendas cimeras de la música popular, cuyos fragmentos encajan de manera perfecta, como en las grandes historias; conocido popularmente como el Rey del Mambo, llegó a México en el año de 1949 y murió como mexicano en 1989.
El mambo fue creado a finales de los años treinta por los hermanos Israel Cachao y Orestes López, cuando formaban parte de la orquesta de Arcaño y sus Maravillas, acelerando el danzón e introduciendo una sincopa en la percusión. A nivel general, el mambo combina rasgos de la música africana con jazz y diversos ritmos latinoamericanos. En cada compás incluye un tiempo de silencio, que resulta correspondiente a la pausa que realizan los bailarines para resaltar la síncopa.
Cuando en Cuba se comenzaba a escuchar el mambo, su futuro REY era un joven veinteañero y un hábil pianista que, de niño, aprendió el piano clásico con Rafael Somavilla y era conocedor a fondo del teclado y la técnica. Deseoso de labrarse un camino en la música popular, a finales de los treinta decidió salir de su natal Matanzas a buscar fortuna en la Habana.
En la capital cubana, el joven Dámaso, sin imaginarlo asciende en la creación de su leyenda, toca en diversas orquestas y en todos los cabarets de la Habana, incluyendo una época como pianista de la legendaria Sonora Matancera. Ya en esa época comenzaba a deslumbrar por su habilidad técnica y sagaz lectura de la partitura; sobresaliendo su particular interpretación del MAMBO. A la vez escalaba en la configuración y caracterización de su personaje: guayaberas, zapatos de dos tonos, sacos largos y zapatos con plataforma para disimular sus l.58 m. de estatura. Famosos fueron sus “bigotes de chivera”.
Como muchos otros estaba deseoso de probar fortuna, era la hora de salir al mundo, la isla no era suficiente para los anhelos de aventura y gloria; a finales de los cuarentas ya varios artistas cubanos habían emprendido el viaje a México, tierra de promisión de docenas, quizá cientos de artistas latinoamericanos.
Así fue que a los 33 años de edad llegó a México con el cantante Kiko Mendive, que le presentó a otra leyenda, Ninón Sevilla, quien le brindó su casa y lo invitó a hacer arreglos para cine, dando paso a un hecho esencial en el encumbramiento del mito, su participación en la época de oro del cine mexicano, de la cual el “gigante cubano” es un imprescindible.
Fue en la tradición del cabaret del México de noche y en la penetración del cine mexicano en su momento de esplendor que los legendarios gritos y movimientos de Dámaso se enquistaron para siempre en la cultura nacional. Tal vez no inventó el mambo como lo creyó su amigo Benny Moré, pero sin duda “encarnó el mambo” y por extensión a la música popular llevando al “danzón del nuevo ritmo” a su máxima expresión
Como en la tradición clásica compone piezas que no tienen nombre sino número “Mambo No 5”, “Mambo número 8” y comienza a retratar en sus piezas la cotidianidad del México urbano “El ruletero” “Mambo del politécnico” “Mambo de la Universidad” etc.
Así se desató la “mambo manía” que llegó a su clímax con “Patricia”, mambo que grabo decenas de veces con diferentes arreglos y por el que sentía especial predilección. El Mambo PATRICIA fue utilizado en 1960 por Federico Fellini en el filme La dolce vita.
La vida legendaria del genio se consagró cuando tuvo que partir al exilio y fue expulsado de México a finales de los años cincuenta, jamás se aclaró por qué agentes mexicanos interrumpieron una presentación del artista y lo subieron a un avión rumbo a Estados Unidos, por lo que surgieron múltiples versiones entre las que destacan dos: Que fue expulsado del país por hacer una versión en mambo del himno nacional mexicano o que fue expulsado por liarse con una cantante brasileña, amante del presidente Miguel Alemán. Como sea, el ya para entonces REY DEL MAMBO, tuvo que ausentarse de México para volver a mitad del régimen de López Mateos. Jamás se ha encontrado partitura ni grabación alguna de la supuesta versión en mambo del himno nacional, si embargo, hay múltiples testimonios de la vida licenciosa del genio de matanzas, así como del lado don juanesco del expresidente alemán.
En los años ochentas del siglo XX Dámaso Pérez Prado adquirió la nacionalidad mexicana y moriría en 1989 como mexicano; su aporte a la música, a la cultura y al cine mexicano es imprescindible, aun recorre nuestros genes su enigmático grito dirigido a los miembros de su orquesta cuando debían dar una nota, un grito que va más allá de una orden de ejecución instrumental, es decir un “solo”, el cubano/mexicano gritaba a todo pulmón: ¡Dilo!
Tuve la fortuna de encontrarme con el GIGANTE de 1.58 de estatura en el año de 1982, el “rey del mambo” tenía 66 años de haber nacido y dos de convertirse en mexicano, cuando tuve un inusitado encuentro y puede verlo frente a frente y literalmente “bailar un mambo con él”:
En 1982 yo cursaba mis estudios en el CUEC; un día camino a la escuela me topé con un vecino que supuestamente iba por el rumbo y se ofreció a darme un aventón que acepté. El aventón resultó contraproducente porque me dejó en medio de un paso a desnivel, casi en el arroyo donde los autos pasaban rozando mis narices; sudé frío, las piernas me temblaban, no atinaba a pasar del otro lado, estaba perdido en una selva urbana.
De pronto una luz proveniente del otro lado del arroyo me cegó por un instante, baje la cabeza como reacción instintiva y mis ojos se toparon con unos zapatos blancos que a cincuenta metros de distancia, frente a mí, intentaban cruzar evadiendo la estampida de autos; esos zapatos blancos llamaron mi atención, lentamente subí la cabeza y fui descubriendo unos finos pantalones blancos de cuyo bolsillo izquierdo brotaba una cadena de oro que seguramente sostenía un reloj de bolsillo; seguí haciendo mi «Till Up» y me encontré con unas manos mulatas en donde sobresalía entre otras joyas un anillo de rubíes que momentos antes me había deslumbrado. Por fin llegué al rostro y lo que vi fue grandioso; ¡estaba frente mi el inmenso maestro Dámaso Pérez Prado!, estaba ahí el gigante cara de foca, tratando de torear los autos al igual que yo.
Mi reacción fue instintiva y lancé el grito más descomunal de mi vida: ¡MAESTRO DÀMASO! El gran músico volteó y nuestras miradas se encontraron o mejor dicho, se fusionaron.
Impactado por el milagroso encuentro cobré una audacia temeraria y llegué hasta donde el genio trataba de librar a los repulsivos vehículos que llaman automóviles; tomé del brazo al gigante y regresé con él hasta alcanzar la orilla, en el camino posó su brazo en mi hombro y así juntos alcanzamos la salvación, me miró y me tocó la frente; el frío metal de su joyería inundo de alegría todo mi cuerpo, él solo me dijo «muchas gracias mi hermano del alma te debo una» y siguió su camino por una zona segura. Mientras tanto yo tardé una hora más en el arroyo, llorando de emoción y en estado de gracia.
Desde ese día perdí el miedo a cualquier cosa, la aparición milagrosa de mi maestro me tocó para siempre.
Ahora se cumplen 105 años del nacimiento del gigante de la música…y desde aquí le digo MAESTRO DÁMASO ME DEBES UNA.