En un día marcado por el crepitar de las llamas, un incendio forestal irrumpió en La Lagunilla, amenazando la riqueza natural de los bosques de Ocoyoacac. Entre el denso humo y el calor abrasador, la vida silvestre luchaba por sobrevivir. Un pequeño conejo, con sus ojos llenos de temor y su cuerpo tembloroso, se convirtió en el símbolo de la fragilidad de la naturaleza frente a la devastación.
Afortunadamente, la valentía y el esfuerzo conjunto de la brigada comunitaria de Tepexoyuca y los bomberos de Ocoyoacac hicieron posible su rescate. Con manos firmes y corazones decididos, lograron arrancar a este pequeño ser de las garras del fuego. Sin embargo, la pregunta persiste: ¿cuántos otros no corrieron con la misma suerte?
Los incendios, muchas veces provocados por la quema irresponsable de pastizales, no solo consumen árboles, sino que destruyen hogares de innumerables criaturas y alteran el delicado equilibrio ecológico.
La naturaleza, incapaz de defenderse por sí misma, clama por nuestra protección. Este acto de heroísmo nos recuerda que cuidar el entorno es una responsabilidad compartida.