En un anuncio que resuena como un eco de sus propias narrativas catastróficas, la Academia Sueca otorgó el Premio Nobel de Literatura 2025 al escritor húngaro László Krasznahorkai. Con 71 años, este autor de prosa hipnótica y densa fue reconocido “por su obra convincente y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”. La ceremonia, transmitida desde la capital sueca, culminó una semana de revelaciones nobelescas, posicionando a Krasznahorkai como el cuarto galardonado del año, tras los premios en medicina, física y química.
Nacido en 1954 en Gyula, una modesta ciudad húngara cercana a la frontera con Rumania, Krasznahorkai emergió en los últimos años del comunismo en Europa del Este. Su debut, Sátántangó (1985), anticipó el sello de su estilo: oraciones extensas que fluyen como ríos de conciencia, tejiendo un tapiz de decadencia rural y engaños colectivos. Ambientada en una cooperativa agrícola abandonada, la novela evoca un mundo al borde del colapso, influenciado por el absurdo centroeuropeo. Esta obra inspiró una célebre adaptación cinematográfica de siete horas dirigida por Béla Tarr en 1994, consolidando la colaboración entre ambos como una de las más emblemáticas del cine de autor.
La Academia destacó cómo Krasznahorkai transforma el horror en una forma de resistencia. En La melancolía de la resistencia (1989), un circo errante con una ballena en descomposición irrumpe en un pueblo, desatando el caos y anticipando el surgimiento de la tiranía. Su literatura, atravesada por visiones proféticas y escenarios de desintegración, se erige hoy como un testimonio de los límites humanos frente a la catástrofe.
Sus viajes a Asia en las décadas de 1990 y 2000 incorporaron a su obra una dimensión más contemplativa. Novelas como Guerra y guerra (1999), sobre un archivero obsesionado con un manuscrito eterno, o Seiobo allí abajo (2008), una meditación en relatos que exploran la belleza efímera, equilibran el caos con destellos de redención artística.
Con más de veinte libros, ensayos y guiones —incluyendo colaboraciones con Tarr en Armonías de Werckmeister (2000) y El caballo de Turín (2011)—, Krasznahorkai ha construido un puente entre lo grotesco húngaro y lo universal. Su última novela, El regreso del barón Wenckheim (2016), un relato picaresco de tintes dostoievskianos, cierra un ciclo literario que disecciona la identidad nacional en ruinas. Traducido a múltiples idiomas, su obra ha ganado lectores devotos, aunque su complejidad la reserva para quienes buscan una experiencia literaria profunda.
El Nobel, valorado en 11 millones de coronas suecas (aproximadamente 1 millón de dólares), reconoce a un autor que ha hecho del aislamiento una forma de lucidez. Recluso en Budapest, Krasznahorkai representa a los escritores que, desde los márgenes, reivindican el poder del arte en tiempos turbulentos.