Columna VERDADES MENTIROSAS… QUE DIOS REPARTA SUERTE (Aniversario 75 de la PLAZA MÉXICO)

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Gerardo Lara 

Cuando Juan Belmonte escapaba en las madrugadas de Triana y recorría los campos sevillanos de tablada para saltar las verjas, los muros y las tapias, con la finalidad de enfrentar a toros bravos a la luz de la luna, aprendiendo el arte del toreo, a hurtadillas, clandestinamente, retando a la muerte; estaba lejos de saber que más tarde se cruzaría con una historia de siglos, enraizada en las profundidades de una cultura, para tener el privilegio de fundar la tauromaquia moderna. Tampoco sospecharía que más de 100 años después, la fiesta que reformó y refundó, sería cuestionada y vilipendiada por millares o millones de personas en el mundo por diversas razones, entre las que destacan fundamentalmente las de los protectores de los animales.

No hay actividad más denostada a partir de la ignorancia y las VERDADES MENTIROSAS porque la crítica está elaborada desde lo visceral; quienes se auto asumen como anti/taurinos, desconocen por completo la existencia de un “mundo taurino”, cuya línea del tiempo arranca desde la prehistoria. Es por ello que ignoran que el “arte de cuchares” es el mayor protector del toro de lidia.

El toro, epicentro de la tauromaquia y de sus denostadores, no es cualquiera, pasta en los campos de Iberia desde edades tan tempranas como 600 años antes de Cristo. Fueron llevados a la península por los primeros pobladores celtas. De esa estirpe deriva el toro Ibérico y por lo tanto el toro de lidia de casi todas partes del mundo taurino. El primitivo URO evolucionó hasta el toro de lidia contemporáneo, que a través de su encuentro con el “toreo” se convirtió en el único animal capaz de ser lidiado frente a frente. De bravura indomable, acomete de manera ciega todo lo que incite, rápido o pausado, sorpresivo o acompasado, pero siempre imprevisible, con esa fiera respuesta al castigo. embistiendo siempre de frente y humillando al preparar la cornada y para cambiar de objetivo en cuanto algo se interponga; esas características únicas del toro de lidia han hecho posible el arte de torear y la construcción de la tauromaquia.

Es difícil que quien no conoce el campo bravo o nunca ha asistido a una corrida, tenga la menor noción del significado del encuentro del toro con la tauromaquia convertida en un ritual mágico; en términos estrictos podríamos decir que Los toros fundaron la tauromaquia, lo que hace del arte del toreo UN ACTO POÉTICO.

Para los “odiadores de los toros” es lo mismo la muerte del toro en el ruedo, que la de un ciervo a manos de un cazador abusivo, no hacen la diferencia, como tampoco la hacen con la muerte de millones de reses en el mundo a las que finalmente devoran sin consideración alguna.

“El verdadero torero no sólo se burla del toro, se burla del toreo también”, decía José Bergamín con precisión de poeta, esta clave encierra la locura sublime del acto de “torear”, la conjunción magnifica de eros y tanatos, una metáfora de la trágica, virtuosa, sacrificial y jubilosa condición humana.

“La tauromaquia constituye la riqueza poética y vital mayor de España”, decía Federico García Lorca; y extendió su práctica a algunas regiones muy focalizadas: México, algunas partes de Sudamérica y otras de Francia y Portugal, que forman el contexto en el que se desarrolla “el mundo taurino”, que con sus luces y sus sombras conforman   una expresión cultural que va unida a la historia, la lengua coloquial y la psicología colectiva de los pueblos que la practican. Ese solo hecho debería de inducir al respeto del resto del planeta. En el mundo de la realeza europea es común el coto de caza, mueren miles de animales en manos de cazadores aristócratas en busca de solaz y asueto; pero no hay un movimiento contra esa cultura que permite tal práctica. La doble moral anti/taurina es una de sus características.

José Mauricio en su presentación en Fábrica María 2019.

Un argumento contra la fiesta es que el público se “divierte” con el castigo y muerte del toro, gran VERDAD MENTIROSA pues las palabras del mismísimo Belmonte los desmienten: “Vaya, llenaron la plaza, vienen a verme morir, tratare de darles gusto”.

 El Poeta Gerardo Diego definió a la fiesta de los toros como “la suerte o la muerte”; título que encierra las infinitas vertientes que se entrelazan en el arte de la tauromaquia. El torero requiere de suerte pues vive de retar a la muerte ante un hermoso animal, criado para matar, de gran fortaleza y comportamiento imprevisible, de ahí viene según Andrés Amorós el proverbial saludo:” ¡Que Dios reparta suerte!”.

El rito de torear representa y significa infinidad de cosas; la consabida metáfora del ser humano enfrentando a las fuerzas de la naturaleza. Es en palabras de Ernest Hemingway: “El estado de gracia ante el peligro”. El artista de la tauromaquia es un solitario en el ruedo, generalmente cicatrizado del cuerpo, cuyos ternos manchados llegan sucios a las tintorerías como testimonio de su lucha contra el miedo.

Es un arte efímero hecho de momentos; el taurófilo asiste a mil corridas en busca de un solo momento de gloria, ese instante habrá valido las mil corridas por una razón muy simple: la estructura abstracta del arte del toreo solo deja reflejos en la memoria emotiva, es un arte vivo cuya creación se da en situ y ante el público. Es por ello que por encima de cualquier espectáculo tiene el carácter de acto poético. La muerte siempre ronda y una parte del espíritu la busca, de manera inconsciente la mayor parte de las veces. En la época de oro del toreo, JOSELITO se cubrió de gloria sobre BELMONTE porque el primero murió en el ruedo y el segundo se suicidó veinte años después, quizá impelido por no haber fallecido en las astas del toro.

La tauromaquia seguirá vigente independientemente de la mayoritaria voluntad antitaurina, por la simple y sencilla razón de que es un arte enraizado de manera esencial en las culturas que lo practican. Tendría que extinguirse el toro de la faz de la tierra para desaparecer al toreo; quizá en el fondo es una aspiración inconsciente de los detractores de la fiesta, no luchan contra la tauromaquia, luchan contra los toros. En el fondo los antitaurinos “odian a los toros”, para ellos no son más que ganado vacuno, al que se vale asesinar y torturar en los sórdidos rastros con el ordinario fin de alimentarse, pero el toro de lidia tiene nombre, lucha por su naturaleza y acude sin chistar a la cita para la que fue creado, su vigencia como ritual sacrificial es indudable porque viene de tiempos inmemoriales.

Los antitaurinos contemporáneos no son los primeros que vociferan por la extinción de la fiesta; ya en 1489 el Cardenal Juan de Torquemada argumentaba la “ilicitud” del toreo en su tratado SUMA ECCLESSI; la mismísima Reina Católica Isabel I intento prohibir

Francisco Martínez en Fábrica María 2019.

la fiesta, en 1567 el papa Pio V publicó una bula en la que decretó excomunión a los fieles que asistieran a las corridas; hasta en México más de un presidente han intentado prohibirla. Intenciones que han sido inútiles porque los “toros” están arraigados en la esencia profunda de ciertas culturas.

Hasta el siglo XVII los toros se dominaban, lanceaban y mataban a caballo, era un espectáculo reservado a la nobleza, sin embargo, en el siglo XVIII, los peones de los caballeros, se permiten la licencia de “jugar con los toros”, nace así el toreo a pie; el pueblo reforma las formas y las suertes y hace suyo un espectáculo que durante siglos había estado en manos de la aristocracia; el pueblo inventa el toreo a pie y es entonces que nace el arte de la tauromaquia. Así como no hay dos poetas iguales tampoco hay dos toreros iguales; el hecho de torear es una interpretación que depende del sentimiento, la emotividad, la técnica y el llamado interior de cada artista, ni más ni menos que como en cualquier arte.

Tal vez por ello David Silveti (El rey David) dijo en un debate con antitaurinas algo así: “Si somos sólo un puñado de taurinos en el mundo y además según ustedes nos vamos a extinguir ¿por qué no nos dejan extinguirnos y se dedican en verdad a proteger a los animales?”.

EL peligro real para la tauromaquia viene desde la misma fiesta cuando los ruedos son tomados por “toritos de la ilusión”, sin auténtica casta, “cuando en el ruedo se deja de oler a muerte, el arte pierde su esencia” decía el inmortal Joselito. Cuánta razón en sus palabras pues cuando el toro no es bravo, el “peligro” se diluye y evita que aparezca el “estado de gracia”, las dos condicionantes de la tauromaquia según Hemingway.

Los anales de la tauromaquia están impregnados del espíritu de aquellos que dejaron su vida en los ruedos y de todos aquellos que han mezclado su sangre con la del toro, heridos por doquier, entregados a la locura sublime de lidiar, no cabe duda, la vigencia del toreo ha estado, está y estará en la bravura indomable del toro de lidia, el auténtico creador de la tauromaquia y de todas sus suertes.

Uriel Moreno «El Zapata» durante su última visita a Toluca.

 


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